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Speech by Richard W. Fisher, President and CEO (2005–2015)

Comentarios con motivo del otorgamiento de la Orden del Águila Azteca

17 de febrero de 2015 Ciudad de México, México ·

Mi relación con México ha sido de toda la vida.

Comenzó con un niño pequeño que caminaba todas las mañanas de su casa en la calle Monte Tauro a la escuela Maud Crocker en sus pantalones cortos de franela gris y su camisa blanca, cargando su mochila de cuero verde en la espalda.

Por el camino, las tortilleras le regalaban tortillas hechas a mano, untadas con mucha mantequilla y con sal, y que para cuando el niño ya había llegado a la escuela, le habían manchado la camisa, desatando la furia de sus maestras.

Esas maestras le enseñaron tan bien las matemáticas al niño que establecieron los cimientos para su carrera como inversionista y banquero. A pesar de los castigos que le imponían por las camisas manchadas, hasta el día de hoy, lo primero que pide cada vez que va a un restaurante mexicano en Texas es una tortilla, para untarla con mantequilla y ponerle sal. Sus nietas les llaman "Tacos de Baba". Más de medio siglo después, ellas continúan una tradición que comenzó aquí, en las calles del D.F.

Comenzó con un niño aprendiendo la historia de los olmecas, mayas, toltecas y aztecas; del Grito de Dolores de Don Miguel Hidalgo —el verdadero "Zorro"—; y de la Reforma de Don Benito Juárez.

Comenzó con un niño que pasaba los sábados en las charreadas; o paseando por las aguas —en ese entonces, limpias— de Xochimilco; o haciendo esquí acuático en el lago de Tequesquitengo, o con su madre llevándolo a La Villa los domingos para visitar la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. Comenzó con un niño que se reía con las películas de Cantinflas y lloraba por Marcelino Pan y Vino.

Comenzó con un niño jugando en el equipo Los Tigres, de las ligas infantiles de béisbol y, luego, en el equipo Los Leones, entrenado por un señor llamado Norman Borlaug. Todos los fines de semana, el señor Borlaug llevaba a ese niño encantado a pasear en tractor por campos de cultivo de maíz y trigo, donde al final del día comían paletas mientras el entrenador analizaba muestras de los sembradíos. Esas muestras se convirtieron en la base de la Revolución Verde que dicho entrenador creó en México y que terminó por alimentar a miles de millones de personas por todo el mundo.

Bueno, yo creo que ya se dieron cuenta que el niño del que les hablo era yo. Quizás yo sea el único banquero central en el planeta cuyo entrenador de la liga infantil de béisbol se haya ganado el Premio Nobel de la Paz.

No cabe duda que mis mejores recuerdos de mi infancia son de México. No es de extrañar que me haya emocionado cuando el Presidente Clinton me pidió que fuera el Representante Adjunto para Asuntos Comerciales de Estados Unidos y que ayudara a implementar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, aún cuando eso significara enfrentar el ingenio de formidables negociadores como Luis de la Calle y Herminio Blanco.

Tampoco es sorpresa que como Presidente del Banco de la Reserva Federal de Dallas, me haya encantado trabajar en estrecha colaboración con Guillermo Ortiz y Agustín Carstens. No es de extrañar que en las reuniones del FOMC (Comité Federal de Mercado Abierto) o en los círculos bancarios de Estados Unidos, a menudo yo haya defendido la postura de México. O que haya disfrutado hacerles notar a los congresistas y senadores estadounidenses, y de expresar en discursos y entrevistas con medios de comunicación, que el gobierno mexicano —a diferencia de mi propio gobierno— puede aprobar un presupuesto, mantener el déficit bajo control, aprobar reformas estructurales y resistirse a interferir con el funcionamiento de un banco central independiente.

Estoy orgulloso de México. Me llena de orgullo que este país, el país de mis años más felices de la infancia, ahora me honre con la Orden del Águila Azteca.

En el documento por el cual se me otorga este honor se menciona que soy un feroz defensor de la estabilidad de precios. En la terminología de la banca central, se me conoce como un “halcón”. Pues bien, tal vez no les sorprenda saber que los taxónomos opinan que el águila y el halcón pertenecen al mismo grupo de aves. Así que, Secretario Meade, Secretario Videgaray y mi querido amigo Agustín, acepto esta distinción que me hace el Presidente del país que tanto amo, con orgullo de halcón y gran identificación con el águila que es el símbolo de México.

Viva México! Gracias.

Notes

Las opiniones expresadas por el autor no reflejan necesariamente las posiciones oficiales de la Reserva Federal.

About the Author

Richard W. Fisher served as president and CEO of the Federal Reserve Bank of Dallas from April 2005 until his retirement in March 2015.